Monday, April 04, 2011

El xolo

Iba por la ciudad mirando alrededor, queriendo encontrar algo en aquellos rostros rotos: una palabra, un puente, un barco que me acercara a un corazón, pero no encontraba nada. Hasta que bajo las sombras de los árboles del parque, algo llamó mi atención. Al inicio no supe lo que era, así que me acerqué sigiloso. Lo que parecía una bolsa de basura se transformó en una pierna, en un brazo y luego en una cabeza. Era una mujer gorda, acostada en el piso. Luego apareció su rostro, cubierto de mugre, y dos ojos grandes, como fragmentos de sol empobrecido.

Me miró. El viento que movía los árboles, los parpadeos, las partículas de polvo en el aire, todo se detuvo. Caí durante un instante en el tenebroso precipicio de su mirada. Un instante que duró años.

Fui a un café cercano, tomé algo y fumé un cigarrillo. Había poca gente en el lugar. Dejé que pasarán los minutos, los pensamientos, las horas. Ardió el cielo, cayó la noche y yo me largué para mi apartamento.

Ya no me esperaba nadie más que el patético vacío. Me tumbé en el sillón, traté de leer un poco. Hacia la media noche, me fui quedando dormido. Soñé que me dolía la lengua, como si alguien me la estuviese prensando con una herramienta de metal. En el punto donde la herramienta hacía contacto con mi carne, la sangre surgía, similar a una fuente de finos ríos oscuros. Luego supe que no era la lengua sino el corazón lo que me dolía.

Desperté cansado. Con las imágenes del sueño en mi memoria. Me serví un americano y miré mi imagen en la soledad.

El ciruelo en la ventana estaba casi sin hojas, y aunque aún tenía algunos frutos en sus ramas, estaban secos, se negaban a caer. A medio tabaco me detuve a mirar el humo. Los caminos que se dibujaban en el aire me llevaron de nuevo al sueño de la noche antes. Tomé uno de aquellos ríos de sangre y lo seguí. Comencé avanzar en mi memoria, a hurgar en mi pasado, a encontrar rostros y situaciones.

Salí a la calle. El olor a sangre me llevó a través de semáforos y las esquinas, tras los pasos de la gente. Por ahí topé a un perro de orejas paradas, cuello largo, cuerpo escuálido, sin pelaje. Me acerqué y lo toqué, su piel rugosa hervía, como si tuviera fuego en la sangre. Fui tras él, durante días, hasta que poco a poco me transformé. Ya no fui yo, me convertí en él, y caminamos juntos bajo el sol, por calles y avenidas.

Así hasta un atardecer, cuando subimos a una azotea. Desde ahí miramos el firmamento radioactivo. En el horizonte, un espejismo comenzó a aparecer: un campo de hombres y mujeres destrozados por las balas. La visión fue espantosa, la más terrible tristeza se apoderó de mi. En uno de aquellos rostros descubrí los ojos amarillos de la mujer que había visto días antes. Entonces comprendí porque me había impactado tanto. En aquella mirada, tan desorientada, tan desesperada, me encontré a mi. Un fuerte dolor me nació en todo lo que soy. Luego, el xolo asomó su hocico y como si hubiese terminado una misión, salió de mi interior. Yo quedé derrotado, en silencio, en la azotea de aquél edificio, llorando por tanta muerte que había frente a mí.

1 comment:

Unknown said...

Exelente!!!