Tuesday, July 26, 2005

Madrugada del 21 de junio


Pasada la una de la mañana, Lucían abrió los ojos, tal vez mortificado por uno de esos pensamientos que nos hace dar vuelta a alguna de las espinas que atornilla nuestra menuda existencia o quizá atendiendo un llamado místico.

Despertó con esa sensación que dicta vacíos amenazantes, el tipo de temor que te hace escuchar pasos cuando se está en silencio, o ver sombras cuando no las hay. Durante un momento se quedó quieto, demasiado, congelado como un muerto, analizando, buscando la sombra que no está, escuchando el paso que no existe, inicialmente no encontró más que a Blanca, que le irradiaba un poco de calor aunque no mucho, apenas el necesario para sentir que está viva, aunque luego en el instante en que requisó los ángulos del espacio vacio encontró a una mujer solapada junto a la ventana, a unos tres metros de la cama, inmóvil, serena.

Se le hiela el corazón, quiere hacerse pequeño, desaparecer, escapar, lo sabe, ya una vez lidió con un ser de la oscuridad, estas visitas no son buenas, comienza, padre nuestro que estas en el cielo santificado sea tu nombre…pero luego calla, como si alguien se lo ordenara. El tiempo se detiene.

La mujer se mueve y ahoga la escasa luz que entra por la ventana, su silueta es innegable, trae una sotana oscura y una capucha que le cubre el rostro.

Lucían hace que se va a persignar pero ella se acerca y su presencia se agiganta, cuando está junto a la cama levanta una mano, lenta y pesadamente hasta que descubre el fierro que esconde bajo su vestido, irradia luna y noche, y la posa sobre la frente de Lucían.

A la mañana siguiente recuerda una hoz en la oscuridad pero lo sofoca el sentimiento el tiempo se acaba, por eso ese día se decide que luego de salir del trabajo empezará a promulgar la palabra del señor porque el tiempo se le acaba para buscar la redención.